John Main decía que “la mejor manera de enseñar a orar a otros es orar con ellos”. Cuando compartimos la oración con los demás, despertamos a un conocimiento más profundo de nuestro ser y, así, aprendemos a trascender más allá de nosotros mismos.
Por ello, meditar de forma regular, diaria o semanalmente con la misma comunidad, supone un valioso recurso de apoyo para nuestro peregrinaje”.
Algunas personas se preguntan si es mejor meditar solo o en grupo. Esto es realmente las dos caras de la misma moneda: la meditación es una práctica solitaria, ya que, yo no puedo meditar por ti, ni tú puedes hacerlo por mí. Pero solemos preferir meditar con otras personas. La meditación en grupo nos lleva a profundizar en el significado de la meditación, al conectar nuestra experiencia personal con la comunidad y en la que ambas partes dan y reciben el mutuo aliento. En la teología cristiana de la meditación, la experiencia de “comunión”, compartiendo el Cuerpo de Cristo, es fundamental.
“Donde se reúnan dos o tres en mi nombre, allí estaré yo, en medio de ellos.” (Mateo, 18-20)