Enseñanza 17 – Ciclo 5

La influencia de San Pablo

San Pablo fue una gran influencia para los ermitaños del desierto. Ellos le consideraban «el Apóstol». Esta actitud podría explicarse, en parte, por las enseñanzas de San Marcos, que había sido discípulo tanto de Pedro como de Pablo y que llegó a ser obispo de Alejandría. Pero, en gran medida, la influencia provenía directamente de las cartas escritas por San Pablo entre el 50 y el 57 d.C. – varias décadas antes de los Evangelios – que leían las primeras comunidades de los «seguidores del Camino», como se llamaba inicialmente a los cristianos.

Pero ¿quién es San Pablo? Pablo nació en Tarso, en la Diáspora, con el nombre de Saulo entre el 5 y el 10 d.C. Era judío, pero al mismo tiempo era ciudadano romano. A los veinte años fue a Jerusalén para estudiar la Ley con el famoso rabino Gamaliel. Por tanto era fariseo de formación. Sus escritos muestran que también tenía un buen conocimiento de las culturas griegas y no judías. En un principio colaboró en la persecución de los cristianos y fue testigo de la lapidación de Esteban alrededor del año 32 d.C., pero tras la poderosa experiencia que transformó su vida de camino a Damasco se convirtió al cristianismo y se cambió el nombre a Pablo. Después de aquello estuvo 3 años en Arabia, supuestamente en soledad, para tratar de comprender el significado de su visión y descubrir cuál sería su misión en la vida. Posteriormente fue a Jerusalén para reunirse con Pedro y Santiago y explicarles su llamada a difundir la enseñanza de Jesús a los gentiles. Comprensiblemente desconfiaban de sus motivos para ser el «Apóstol de los gentiles» y lo consideraban infiel a sus raíces judías. Continuó teniendo una relación difícil con los otros discípulos y fue muchas veces a Jerusalén para conversar con ellos. Sus viajes lo llevaron, entre otros lugares, a Chipre, Siria, Corinto, Éfeso y Roma. Se mantuvo a sí mismo como fabricante de tiendas de campaña. Fue arrestado en Éfeso y permaneció en prisión en el periodo de 54-58 d.C. Posteriormente fue llevado a Roma donde fue encarcelado durante dos años (61-63 d.C.) y finalmente fue decapitado en el año 64 d.C. bajo el gobierno del emperador Nerón.

Por tanto, San Pablo no fue uno de los apóstoles originales y, de hecho, se dice que nunca llegó a conocer a Jesús en persona. Sin embargo, su influencia y su autoridad entre los primeros cristianos fueron considerables, principalmente a través de su experiencia visionaria de Jesús en el camino a Damasco. Esta visión de luz fue el fundamento de su vida y su enseñanza a partir de entonces. Ésta es también la razón por la que habla del Cristo Resucitado en términos místicos en lugar del Jesús histórico. Es más, casi nunca emplea directamente las palabras de Jesús. Así lo expresa en el primer capítulo de su carta a los Gálatas: «El Evangelio que predico vino por revelación de Jesucristo» (Gálatas 1, 11-12).

El padre Laurence Freeman OSB, en el Capítulo sobre San Juan y San Pablo de su libro “Viaje al Corazón”, dice: “San Pablo representa otro río que fluye desde la misma fuente de la fe de la Resurrección y hacia el delta místico cristiano. A veces se le atribuye ser el verdadero fundador del cristianismo y no es una afirmación vacía si consideramos la influencia que tuvo en todos los aspectos de sus desarrollos posteriores, su pasión por organizar comunidades y hacer cumplir las creencias correctas. Pero decir que configuró la forma posterior del cristianismo no significa que depusiera la figura de Jesús sino que, como nosotros, no lo conocía «a la manera de la carne» (2 Cor 5,16). San Pablo describe a Jesús como un judío, menciona la Última Cena, la Crucifixión y la Resurrección, pero su atención se dirige firmemente al nuevo y creciente Cuerpo de Cristo que es la Iglesia y a la morada del Espíritu de Cristo, la ‘mente de Cristo’, dentro del corazón humano”.

Sin embargo, la imagen de Pablo que la mayoría de nosotros hemos conocido a través de las lecturas de nuestra Iglesia no es la de un hombre muy agradable ya que nos resulta excesivamente dogmático y exigente, tan convencido de lo correcto, de “su pasión por organizar comunidades y hacer cumplir las creencias correctas”. Pero debemos recordar que el énfasis ético de lo que escuchamos en la Iglesia actualmente corresponde a la enseñanza moral que impartía a los pequeños grupos de los primeros «seguidores del Camino». Además, es posible que no todo provenga de sus propias palabras ya que solo siete de sus trece cartas son consideradas genuinas por la mayoría de los estudiosos actuales. Sumado a esto, también debemos considerar que las lecturas de la Iglesia, por regla general, han sido despojadas de su enseñanza mística. Y, sin embargo, es precisamente este aspecto el que más enfatizó en sus enseñanzas a Orígenes y otros maestros cristianos primitivos, incluidos los monjes origenistas Evagrio y Casiano. Cuando habla fuera de su visión enfatiza la necesidad de una transformación total de la conciencia, lo que lleva a una posible unidad con lo Divino a través de Cristo porque «el amor de Dios ha inundado nuestro corazón más íntimo a través del Espíritu Santo que nos ha dado» (Romanos 5,1-5). Pone continuamente el énfasis en la unidad con lo Divino a través de Cristo: “Yo ya no vivo, sino que Cristo vive en mí” (Gal 2, 20) y en el hecho de que también es una verdadera potencialidad para todos nosotros: «Dejad que esté en vosotros esta mente igual que estaba en Cristo Jesús». (Filipenses 2,5).

La enseñanza de San Pablo fue fundamental no solo para los Padres y Madres del Desierto, también lo fue para John Main: “San Pablo no era un mero teórico. Su gran convicción es que la realidad central de nuestra fe cristiana es la llegada del Espíritu de Jesús; de hecho, nuestra fe es una fe viva precisamente porque el Espíritu vivo de Dios habita en nosotros dando nueva vida a nuestros cuerpos mortales. El objetivo más importante de la meditación cristiana es permitir que la presencia misteriosa y silenciosa de Dios dentro de nosotros se convierta cada vez más no sólo en una realidad, sino en la realidad de nuestras vidas; dejar que se convierta en esa realidad que da sentido, forma y propósito a todo lo que hacemos, a todo lo que somos” (extraído de su libro “Una Palabra hecha Silencio”).

John Main enfatiza que la meditación/oración conduce a la transformación necesaria de nuestra conciencia —lo que nos pide San Pablo— cuando recordamos que nosotros también somos «hijos de Dios» (Juan 1,12-13).

Kim Nataraja

Traducido por WCCM España

Scroll al inicio